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Miércoles de Ceniza: Homilía del Arzobispo

Mons. Eduardo Eliseo Martín, presidió este 06 de marzo, la Santa Misa del Miércoles de Cenizas en la Iglesia Catedral metropolitana “Ntra. Sra. del Rosario”.

Antes del rito de imposición de cenizas, el Arzobispo pronunció la homilía en la cual expresó:

«Queridos hermanos y hermanas:

¡Qué grande que es Dios! ¡Que bueno es Dios! ¡Qué grande es su misericordia que nos vuelve a dar una nueva chance, una nueva oportunidad! Y eso es el tiempo de cuaresma: un tiempo de gracia, un tiempo favorable, un tiempo de sanación como nos lo recuerda el Apóstol Pablo en la Segunda Lectura: Este es el tiempo favorable, este es el día de la salvación”.

La Iglesia en este día y a lo largo de cuarenta días hace sonar la trompeta: “¡Toquen la trompeta en Sión, prescriban un ayuno, convoquen a una reunión solemne, reúnan al pueblo, convoquen a la asamblea… y digan: “¡Perdona, Señor, a tu pueblo, no entregues tu herencia al oprobio Un tiempo en el que la Iglesia hace sonar la trompeta, insisto. ¿y porqué hace sonar la trompeta? Porque a lo largo del camino nos ensordecemos, nos ponernos tristes y necesitamos volver a poner la atención en Dios, porque vivimos distraídos. Necesitamos rectificar, es decir, hacer recto el rumbo de nuestras vidas que se ha torcido. Sí, queridos hermanos, se ha torcido. Quien quiera decir que no, miente. Indefectiblemente, nos desviamos.

Por eso el tiempo de cuaresma es el tiempo para retornar al camino, para ponernos nuevamente en dirección a la meta que da sentido al camino y nuestra meta es Dios. No hemos sido hechos para otra cosa que no sea Dios.

Entonces, este tiempo es para revisar en qué tenemos puesta la esperanza en nuestra vida, en quién tenemos puesta la esperanza en nuestra vida.

¿La esperanza de nuestra vida la tenemos en lo que nosotros hacemos o en Dios? Este es el tiempo oportuno, es el tiempo favorable para revisarlo.

¿A quién está dirigido este llamado? A todos. A todos. Nadie puede decir “no necesito” este tiempo. Es un llamado a la conversión, un llamado a redirigir la mirada a Dios.

Es un tiempo de gracia. La cuaresma tiene un valor sacramental, es un signo sacramental y nos ayuda a vivir la conversión interior. Por eso el gesto de la ceniza tiene una fuerza muy grande porque nos recuerda que somos polvo.

Pensaba en que a veces somos soberbios, “nos subimos arriba de la palmera” y miramos desde ahí a los demás, con el famoso “yo tengo”: yo tengo un título, yo tengo campos, yo tengo casa, yo soy mejor, yo tengo plata, yo tengo trabajo, yo tengo una posición social, yo tengo un cargo…. y nos la creemos.

A veces nos pavoneamos en glorias humanas, pero de todo eso, a la larga queda polvo: “Polvo eres y polvo te convertirás”. Las cenizas nos hacen bajar a tierra, nos hacen poner los pies sobre la tierra.

A veces le damos un cuidado excesivo al cuerpo. Por supuesto hay que cuidar el cuerpo porque es sagrado, pero el exceso, el poner toda la vida en eso no está bien. El pensar en que somos polvo nos hacer volver a la humildad y justamente la palabra humildad viene de humus, de tierra. Eres polvo, al polvo volverás.

Este tiempo es para volver a ser humildes, reconocer nuestros pecados y abandonar las actitudes soberbias.

La Iglesia, en este camino de salvación, nos recuerda las tres prácticas propias del cristiano pero que en este tiempo tenemos que intensificar.

Jesús nos dice con qué espíritu vivir estas prácticas. Fíjense que son tres prácticas que no es que están al azar sino que engloban las tres dimensiones de la persona: la dimensión con Dios, la dimensión con uno mismo y la dimensión con los hermanos y hermanas. Tres dimensiones para vivir en armonía.

Vivir la cuaresma es vivir estos tres aspectos con espíritu auténtico, con el deseo de que solo lo vea Dios. Esta es la verdadera conversión: solo delante de Dios, no para parecer porque ahí arruinamos todo. Hacerlo de corazón.

La Limosna restablece el vínculo con el prójimo, me libera del deseo de poseer y me abre al bien de mis hermanos. La caridad, es dar tiempo, dar afecto, visitar a los enfermos, presos, a las personas solas, escuchar al prójimo, socorrer a quien no tiene techo, a quien tiene hambre. Es entregarse con misericordia porque el otro es un bien para mi.

El ayuno es para purificar el corazón, para saber decir que no. Para crecer en esa “sana indiferencia” de la cual hablaba San Ignacio de Loyola. Nos ayuda a dominarnos y reencontrarnos con nosotros mismos.

La oración nos abre a Dios, engrandece nuestra relación con el Creador y ensancha el corazón.

Queridos hermanos vivamos la cuaresma con alegría, con capacidad de amar, vivamos desde ahora con la alegría de la resurrección.

Pidamos a la Virgen interceda para que vivamos fructuosamente este tiempo de gracia.»

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