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MISA POR LA VIDA: Homilía del Arzobispo

El Arzobispo de Rosario presidió la Santa Misa en la Iglesia Catedral, al finalizar la JORNADA DE AYUNO Y ORACIÓN POR LA VIDA. Lo acompañaron los Pbros. Rubén Bellante y Javier Perelló.

A continuación su homilía:

Queridos hermanos:

                                    Concluimos con esta Eucaristía la jornada de ayuno y oración por la vida. Durante esta jornada nos hemos unido en un gesto común: ayunar y orar  al Señor para que la vida humana sea respetada desde el vientre materno hasta su fin natural. Es la Iglesia toda que en la Argentina hoy suplica al Señor de la Vida por el primero y más fundamental de todos los derechos humanos: el derecho a vivir.

                                 La luz de la fe en Cristo muerto y resucitado, nuestro Salvador que destruyó la muerte he hizo brillar la vida mediante la Buena Noticia, nos hace valorar todos los aspectos de la realidad en su verdadera medida, constituyéndose de ese modo, la fe,  en la verdadera inteligencia (entendimiento) de la realidad. Nos hace descubrir con mayor hondura, que con la sola luz de la razón natural,  el valor sagrado de toda vida humana, su valor intocable sea cual sea su condición, desde la concepción hasta su muerte natural.  Por otra parte, con la luz de la fe, descubrimos que la raíz de los males de este mundo entre los que se destaca el aborto, tienen su raíz en el pecado del hombre,  y manifiesta “la violencia que hay en el corazón humano, herido por el pecado” (cfr. LS n.2). Y es en Cristo Jesús vencedor del pecado y de la muerte que recibimos la misericordia del Padre que nos perdona de nuestros pecados.

                                 La fe viva, obra por la caridad; Dios es Amor. Nosotros estamos hechos a imagen y semejanza de Dios, por eso sólo nos realizamos en el amor a Dios sobre todas las cosas y en el amor al prójimo como a uno mismo, que por otra parte van inseparablemente unidos, tal como Jesús nos lo recuerda en el Evangelio que hemos proclamado:  “No hay otro mandamiento más grande que estos”.

                         En la unión con Dios, en Jesucristo vivo, por el amor, encontramos el fundamento, la raíz, la fuerza, el sostén para obrar con amor hacia el prójimo. Y es el amor al prójimo el signo incontrastable de nuestro amor a Dios. Decirle sí a la vida  manifiesta el verdadero amor a Dios y al prójimo. Acción que encierra a la justicia y que la supera aún.

                         Ya en el siglo II después de Cristo, los cristianos, en medio de las persecuciones, mostraban un tenor de vida, que manifestaba su fe viva, y que a juicio de todos  era admirable; así nos lo dice una carta de esa época: “Los cristianos no se distinguen de los demás hombres, ni por el lugar en que viven, ni por su lenguaje, ni por sus costumbres. Ellos, en efecto, no tienen ciudades propias, ni utilizan un hablar insólito, ni llevan un género de vida distinto…Viven en ciudades griegas y bárbaras, según les cupo en suerte, siguen las costumbres de los habitantes del país, tanto en el vestir como en todo su estilo de vida y, sin embargo, dan muestras de un tenor de vida admirable y, a juicio de todos, increíble. Habitan en su propia patria, pero como forasteros; toman parte en todo como ciudadanos, pero lo soportan todo como extranjeros; toda tierra extraña es patria para ellos, pero están en toda patria como en tierra extraña. Igual que todos, se casan y engendran hijos, pero no se deshacen de los hijos que conciben. Tienen la mesa en común, pero no el lecho. Viven en la carne, pero no según la carne. Viven en la tierra, pero su ciudadanía está en el Cielo” (De la Carta a Diogneto).

Eucaristía significa en primer lugar “acción de gracias”.  Por eso,  queridos hermanos, queremos dar gracias al Señor por el testimonio de tantos hermanos y hermanas nuestros que hoy asumen un compromiso público para defender la vida humana cuyo valor se pretende poner en duda en nuestra patria.

Queremos dar gracias a Dios por las mujeres, que aún en circunstancias muchas veces difíciles le dicen sí a la vida,  que son sagrario de la vida naciente, que son custodias de la vida más frágil.

Queremos dar gracias a Dios por los agentes de la salud, especialmente por médicos y enfermeras que muchas veces valientemente dan testimonio de su compromiso con la vida, especialmente en estos tiempos en que, como ocurre en nuestra ciudad y provincia se ha adherido oficialmente al protocolo nacional de casos de aborto legal.  Allí se juegan cada día procurando salvar las dos vidas y ejerciendo el derecho de objeción de conciencia en un contexto adverso.

Queremos dar gracias a Dios, y apoyar a aquellos legisladores que están dando el sí a las dos vidas, dando testimonio valiente, firme y apasionado, haciéndolo aún en soledad dentro de sus espacios de acción política.

La Eucaristía es también súplica al Padre por medio de Jesucristo en el Espíritu Santo. Por eso celebramos también esta santa Misa, para pedirle al Señor.

Especialmente para que ilumine la mente y el corazón de los que en los próximos días han de legislar acerca del valor y el significado de la vida humana, para que sean conscientes de la dignidad de la misma  y como dice el Doc. De Aparecida, “la defiendan y protejan de los crímenes abominables del aborto y de la eutanasia” (cfr. AP 436), pues constituye esa su responsabilidad. Que con lo que legislen promuevan  una cultura de la inclusión, que no descarte a nadie por ninguna razón. Rechazar la vida que empezó su camino es signo de una cultura del descarte y la exclusión que nos deshumaniza, empobrece  y degrada nuestra civilización, ya que el grado de civilización de una sociedad está dado por la defensa de los más débiles.

Le pedimos también al Señor la gracia de “apoyar y acompañar…con especial ternura y solidaridad a las mujeres que han decidido no abortar aún en situaciones muy dramáticas, y las animamos, sabiendo con certeza que al ver nacer a su criatura se llenarán de alegría.

Y  acoger con misericordia a aquellas que han abortado, para ayudarlas a sanar sus graves heridas e invitarlas a ser defensoras de la vida”, ya que el aborto hace dos víctimas: por cierto, el niño, pero, también, la madre. (cfr. Ap469, g) Recordemos que el aborto nunca es gratuito, deja huellas muy profundas, tanto a nivel biológico, psicológico como espiritual.   

El aborto legal o  ilegal siempre mata. Por ellos le pedimos al Señor, y es también nuestra responsabilidad de seguir trabajando, y Dios quiera que se multipliquen iniciativas, como las que ya hay en la Iglesia, y que tanto agradecemos a Dios, para acompañar y proteger la vida naciente.

Le pedimos a la Sma. Virgen, aquella por la cual recibimos al autor de la vida, que en nuestra patria brille la luz de la Vida y el fuego del amor que acoge, cuida y sostiene toda vida humana. Que ella con su intercesión nos proteja y sostenga. Amén

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