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APERTURA DEL AÑO SANTO 2025

El Arzobispo de Rosario, Mons. Eduardo Eliseo Martín, presidió el inicio del AÑO SANTO en la Arquidiócesis la celebración comenzó en el Santuario San Cayetano desde donde se peregrinó hacia la Iglesia Catedral Metropolitana “Ntra. Sra. del Rosario” donde presidió la Santa Misa.

Concelebraron el Obispo auxiliar, Ernesto Fernández, el Vicario General, Emilio Cardarelli, los vicarios episcopales, numerosos sacerdotes del clero.

Asistieron diáconos, lectores, acólitos, ministros de la comunión, consagradas y consagrados y un gran número de fieles provenientes de los distintos pueblos y ciudades de la Arquidiócesis que colmaron la Iglesia matriz y los alrededores de la Plaza 25 de Mayo.

En la homilía, el Arzobispo expresó:

Queridos hermanos y hermanas:

Bendito sea Dios realmente por esta celebración de inauguración del año jubilar en nuestra iglesia de Rosario, en la arquidiócesis. El papa lo inauguró para toda la Iglesia Universal el 24 y hoy en todas las catedrales del mundo se abre el Año Santo, este año de júbilo, este año de misericordia, este año para volver a encontrarnos con Jesús y volver a renovar la esperanza y lo hacemos en este día, así lo dispuesto el Santo Padre, de la Sagrada Familia en el domingo de la Sagrada Familia.

Este modelo de familia conformada por Jesús, José y María, que digamos se manifiesta hoy con una situación muy particular, ya que el niño se quedó en Jerusalén: habían ido a peregrinar, la familia peregrina pero se quedó en Jerusalén y pareciera como un gesto de desobediencia de Jesús, pero ha sido un gesto de obediencia al Padre porque Jesús les dice: “acaso no tengo que ocuparme de las cosas de mi Padre” y entonces aquí está ya el niño con 12 años que era, que comenzaba ya a proclamar la Escritura en la Sinagoga, que ya empezaba una etapa distinta en su vida. Comienza a revelar su profunda intimidad, que es el Hijo eterno del Padre, que se ha hecho carne y habita entre nosotros. 

Sus padres quedaron desconcertados y angustiados y María conservaba estas cosas en su corazón. Así nos pasa también tantas veces en la vida: hay muchas cosas que no entendemos y cosas de la fe que tampoco entendemos, cosas que nos pasan en la vida pero si las guardamos en el corazón, en el tiempo, el Señor nos lo vas dando a conocer, nos lo va haciendo revelar paulatinamente en la medida en que perseveramos en el camino de la fe y en la medida en que perseveramos en el camino eclesial, en el caminar juntos. 

Esta familia tan original, única en la historia de toda la humanidad, se dilata en la Iglesia: la gran familia de los hijos de Dios, todos nosotros por el bautismo somos también hijos de Dios y así como Jesús vivió sujeto a sus padres y vivió en permanente actitud de obediencia a Dios Padre, porque su alimento era ser la voluntad del Padre, así también en la vida de la iglesia estamos para que poquito a poco perseverando en el camino, vayamos descubriendo la voluntad de Dios y vayamos afirmando lo que nos dice hoy el apóstol Juan en su carta: “este es mi mandamiento que crean en Jesucristo y que se amen los unos a los otros”. Allí está todo lo que necesitamos y en medio podemos decir que está la esperanza, entre la fe en Jesucristo y el amor está la esperanza que nos anima cada jornada a mirar adelante.

La iglesia entonces, que es nuestra madre, nos invita entonces este año, a vivir un año particular: cada 25 años se hace un Año Santo, un año jubilar, un año de misericordia, un año en el cual podemos experimentar que el señor nos ama, que Dios es lento para el enojo y de gran misericordia, que Dios es indulgente, infinitamente indulgente con todos nosotros y por lo tanto como nos dice el Papa en la bula, es una gran ocasión, es una gran ocasión para reencontrarnos con el Señor y renovar la esperanza, esa esperanza que no defrauda como nos dice el apóstol Pablo. Porque “el amor de Dios ha sido derramado a nuestros corazones con el Espíritu Santo que se nos ha dado” entonces quién nos podrá separar del amor de Cristo

La esperanza es el signo de los peregrinos. Peregrinamos porque estamos con esperanza y nosotros los cristianos, ni somos burgueses cuyo ideal es estar apoltronados en un sillón, ni somos vagabundos que deambulamos de un lado al otro sin saber para dónde ir. Los cristianos, no porque somos mejores que nadie, somos peregrinos. Peregrinos de un destino de eternidad, peregrinos de una gloria sin fin: trabajamos y nos fatigamos para alcanzar como nos dice el apóstol Pablo, una corona que no se marchitará jamás, una corona de Gloria, no como las glorias de este mundo que son pasajeras y que son engañosas, sino por una gloria eterna. 

Por eso en este año realmente es un año de gracia que podemos aprovechar. Aquí está el punto: es una propuesta nuestra libertad, esta esperanza no es una esperanza pasiva como quien se sienta a esperar que pase el tren. Es una esperanza activa que nos mueve permanentemente en fe y en amor y por eso, queridos hermanos sintámonos peregrinos. Hicimos la peregrinación desde San Cayetano hasta la Catedral: la peregrinación es símbolo de la vida. San José y la Virgen junto al Niño todos los años peregrinaban a Jerusalén, hacia el templo, hacia la casa del Padre. También nuestra vida es una gran peregrinación hacia la casa del Padre, hacia la gloria eterna.

Y esa allí está puesta el ancla de nuestra esperanza donde Cristo ya traspasó el velo y allí está puesta nuestra esperanza esta Esperanza con mayúsculas: esa Esperanza que no defrauda.

Necesitamos en este año: sentirnos como nunca o más que nunca familia de Dios, pueblo santo de Dios que caminamos juntos, que nos necesitamos los unos a los otros, que necesitamos orar los unos por los otros, que necesitamos esta conversión por la gracia y la misericordia de Dios que se derraman abundantemente.

Somos todos pecadores ciertamente y como nos dice el Papa en la bula, los pecados dejan huellas en nosotros, dejan afectos desordenados hacia las criaturas, en nosotros y esos afectos desordenados o los purificamos aquí o los purificamos en el “más allá”, en el purgatorio. Entonces por eso este año, es un año de Gracia para experimentar una gran conversión de nuestras vidas y entonces así al experimentar esa gran misericordia se renueva nuestra esperanza y se llena de alegría, se llenan de alegría nuestros corazones

También en ese gesto de amor y de solidaridad con todos nuestros hermanos difuntos, podemos ofrecer las indulgencias, realmente este camino de conversión por las almas de nuestros hermanos difuntos y entonces ir renovando toda la iglesia la iglesia purgante y la iglesia peregrina, que somos nosotros y que anhelamos alcanzar un día esa Gloria eterna del cielo. ¿Cómo? Renovada la esperanza por el perdón de nuestros pecados, confesándonos sinceramente de todos ellos.

El papa nos invita a descubrir los signos de los tiempos y en ellos la esperanza, para sembrar en estos signos de los tiempos la esperanza.

En primer lugar tratando de ver todo lo bueno y positivo que hay en la vida para no caer en el desaliento o en la desesperanza y sembrar esperanza. La Paz es el primer signo de esperanza en un mundo, que como dice el Papa, vive una guerra mundial a pedazos y hay tantos lugares de violencia. Sembrar la paz. 

El Papa pone un acento particular frente a un drama que empieza a vivir la humanidad que es la pérdida del deseo de perpetuar la especie: entramos en la era de la despoblación. Y entonces allí sembrar esperanza para que los matrimonios jóvenes, puedan tener deseos de tener hijos y no vivir egoístamente pensando solo en sí mismos. 

Ser signos de Esperanza nosotros: renovados por la misericordia de Dios hacia los hermanos presos, hacia los enfermos, hacia los jóvenes que en sí mismo, dice el Papa son signo de Esperanza, pero que necesitan también frente a veces tantos desalientos ayuda, nuestros hermanos migrantes, los ancianos, los millares de pobres y frente a estos signos de los tiempos entonces el compromiso de todos nosotros, personal y eclesial. 

El Papa realiza tres propuestas audaces: por un lado que los países ricos perdonen las deudas de los países, que por otra parte se dé la abolición de la pena de muerte en todo el mundo, porque la pena de muerte es signo de desesperanza: creer que alguien no tiene remedio, que alguien no puede renovar su vida es signo de desenperanza. Por último,  un fondo mundial para que se termine el hambre y se propicie el desarrollo de los pueblos.

Es decir que este año jubilar, sea un año como podemos decir así “de barajar y dar de nuevo”, de condonar las deudas, del perdón de los pecados, pero también las deudas materiales. El Papa nos está invitando a una gran generosidad confiando siempre en que el Señor nunca nos abandona.

Nos encomendamos a la Virgen, Madre de la Esperanza, a transitar este año con mucha alegría, con mucha esperanza de que Dios derrama abundantemente su misericordia y su perdón: nadie se sienta tan pecador que no pueda recibir el perdón de Dios, ni nadie se sienta tan bueno que no necesite del perdón de Dios. Todos necesitamos de esta misericordia y después sembrarla también en nuestros ambientes y así seres el fermento de unidad, de amor, de paz, de esperanza en este mundo que tanto lo necesita.

Que María Santísima, Nuestra Señora del Rosario, nos ampare y acompañe en este año y podamos así dar gloria a Dios y sembrar la esperanza en nuestro mundo. Amén.

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