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Consagración de la Arquidiócesis a la Virgen

Mons. Eduardo Eliseo Martín presidió la Santa Misa en la Iglesia Catedral Metropolitana “Ntra. Sra. del Rosario”, con motivo de la culminación de la visita de la imagen peregrina de la Virgen de Fátima a la Iglesia de Rosario. 

Concelebraron con él Mons. Emilio Cardarelli, Vicario General, el Pbro. Osvaldo Macerola, Párroco de la Catedral y Vicario episcopal de Educación y varios sacerdotes del clero rosarino.

Mons. Eduardo, agradeció la posibilidad de poder estar en tres ocasiones junto a la Virgen peregrina: en Puente Negro, en la Parroquia de Fátima y en la Catedral.

En su homilía quiso destacar dos puntos: el primero, la actitud de ser peregrinos y estar a los pies de la Virgen y el segundo la actitud mendicante, es decir, de pedir con insistencia la gracia de Dios para nuestras vidas.

Por otra parte, hizo referencia a la necesidad de la misericordia de Dios en nuestras vidas: ¡Señor, ten piedad! “Sin la gracia de Dios, sin Jesús y sin la intercesión de la Madre, nada podemos hacer”.

A la vez, con emoción, puso dos intenciones particulares en el Corazón de la Santísima Virgen María: por los sacerdotes y su conversión y por nuestra Patria, para que la verdad y el bien triunfen, para que la fe siempre determine nuestras decisiones.

Antes de impartir la bendición, el Arzobispo consagró a la Arquidiócesis al Inmaculado Corazón de María con estas palabras:

María, Madre de Jesús y Madre nuestra,

Tú que conoces todos nuestros sufrimientos y nuestras esperanzas,

Tú que tienes el conocimiento materno de todas las batallas 

entre el bien y el mal, entre la luz y la oscuridad

que conviven en nuestro mundo,

acepta nuestra súplica que dirigimos a tu corazón 

movidos por el Espíritu Santo,

nos dirigimos directamente a tu corazón:

abraza con amor de Madre a nuestra Arquidiócesis  que hoy te confiamos y consagramos,

llenos de preocupación por el destino terrenal y eterno de las personas y las familias de toda la Arquidiócesis.

¡Virgen pura, Inmaculada, 

Del odio y la violencia, líbranos. 

Del flagelo de la adicción al alcohol y a las drogas, líbranos.

De vivir empobrecidos, líbranos.

De toda clase de injusticia en la vida social, líbranos.

De atentar contra la vida humana desde su concepción, líbranos.

De no cumplir los mandamientos de Dios, líbranos.

De los intentos de ofuscar en los corazones humanos la verdad de Dios, líbranos.

De la pérdida de sentido del bien y del mal, líbranos.

De los pecados contra el Espíritu Santo, libéranos, líbranos.

Madre de Cristo, permite que sea revelado 

el infinito poder salvador de la Redención y así  eso detenga el mal en nuestro mundo.

¡Que tu Inmaculado Corazón revele para todos la luz de la esperanza!

Amén.



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