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JORNADA DE ORACIÓN: Homilía del Arzobispo

Mons. Eduardo Eliseo Martín presidió, el viernes 30 de julio, la Santa Misa en la Iglesia Catedral Metropolitana “Ntra. Sra. del Rosario”, en el marco de la JORNADA DE ORACIÓN POR LA PAZ Y EL CESE DE LA VIOLENCIA.

A continuación, compartimos su homilía:

Queridos hermanos y hermanas:

Nos hemos reunido en el altar del Señor para celebrar la Eucaristía y convocado a vivir una jornada de ayuno y oración pidiendo al Señor por la paz y el cese de la violencia.

La violencia no es un tema nuevo en Rosario; casi todos los días y desde hace años leemos en los diarios y vemos en la televisión algún asesinato. La mayoría son víctimas jóvenes, adolescentes algunos; también han muerto niños a causa de esta violencia. Muchas familias se ven afectadas; el dolor se incrementa; la tentación de vengar las muertes también se acrecienta. Vivimos detrás de rejas y de sistemas de alarmas por miedo a que violenten nuestros domicilios, que nos roben; tenemos miedo de ser víctimas de la violencia con armas de fuego, etc, etc. Según un informe del diario La Capital, desde el año 2013 a mediados del 2020, hubo en Rosario 1298 homicidios y 5204 heridos de bala; esto nos muestra en gran medida la magnitud del problema. Decía en la carta de cuaresma del año pasado que se acrecentaba “la violencia asesina del narcotráfico como un emergente de una sociedad que ha naturalizado el consumo de sustancias y no ha trabajado en la prevención y asistencia de las personas que la padecen. Desde hace años pareciera que existe una legalización de hecho del comercio de drogas, que cuenta con un sistema financiero propio, y con una organización delictiva superior a la que cuenta el Estado para dar respuesta. A diario vemos como se eliminan vidas, llegando a naturalizar también la muerte.”

Es verdad que la violencia tiene otras facetas y que también dañan a las personas: violencia de género, violencia verbal y psicológica, etc., etc. Y que también nos afligen y traen mucho dolor a las personas víctimas de la misma, aunque no lleguen al extremo de eliminar una vida humana.

La fe no nos da soluciones prefabricadas pero sí puede iluminar acerca de los motivos, de las raíces profundas que generan la violencia, y la fe darnos la esperanza que con la ayuda de Dios podemos mejorar.

La raíz de la violencia, en lo más profundo, está en los corazones heridos, los de todos y cada uno de nosotros. Dice Jesús en el Evangelio: “Del corazón proceden las malas intenciones, los homicidios, los adulterios, las fornicaciones, los robos, los falsos testimonios, las difamaciones” (Mt 15,19).

Por tanto es necesario apoyar nuestra vida sobre Aquel que es capaz de sanar el corazón herido: Jesucristo.

Escuchamos en El Evangelio (Jn 14,23-29) que el don del resucitado es la paz. El Señor nos da una paz, pero no como la da el mundo (que a lo máximo es ausencia de guerra), no, la paz del Señor es fruto de su justicia, esa que nos perdona los pecados y hace que en nosotros se ordene nuestra mente, nuestra voluntad, nuestros sentimientos y entre la tranquilidad; como dice san Agustín: la paz es la tranquilidad en el orden. Hombres y mujeres pacificados por Cristo se convierten en incansables constructores, sembradores de paz, desechando la violencia en todas sus formas.

La violencia nos encierra y nos aleja unos de otros, pero no debemos olvidar que somos todos hermanos y que no podemos vivir bien los unos sin los otros. Somos interdependientes entre todos los miembros de la sociedad; nadie puede decir : “a mi no me toca, por tanto no me interesa”. En realidad nos toca a todos y sólo tomando esta conciencia podemos realizar acciones que tiendan a disminuir este flagelo. Estamos hechos para la comunión, no para vivir aislados, desconfiados y temerosos los unos de los otros.

Hay también circunstancias de carácter social, económico y cultural que son caldo de cultivo para la violencia: desigualdad, marginación, falta de acceso a un trabajo digno, etc. La paz es fruto de la justicia, pues justicia y paz se abrazan, van siempre de la mano (cf Sal 85,10). Es evidente, por tanto, que se necesita una mejora sustancial en las condiciones de vida de muchas personas para reducir la violencia que nos asola. Tarea ésta que corresponde principalmente a la política que es la encargada de gestionar los asuntos de todos para el bien común, es decir, para generar las condiciones de una vida segura y en paz, como dice la Biblia: “para que podamos vivir una vida tranquila y apacible con toda piedad y dignidad”(1Tim 2,2). Pero también es un compromiso de todos y cada uno de nosotros, del conjunto de la sociedad. Nadie puede sentirse indiferente

Pidamos a Jesucristo, Señor de la Historia, por la paz en nuestra sociedad y por el cese de tanta violencia que aflige profundamente a tantas de nuestras familias.

Los invito también a que, como cristianos, seamos artífices de justicia y paz en la vida cotidiana, dando testimonio del amor de Dios en medio de este mundo violento y sembrando esperanza en tantos corazones que la necesitan.

Pongamos en las manos de María, la Virgen del Rosario esta situación tan dolorosa con la esperanza cierta de que la oración es poderosa ante el Señor por medio de la intercesión de su Madre, que es la “omnipotencia suplicante”.

Mons. Eduardo Martín

Arzobispo de Rosario

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