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SANTA MISA DE NOCHE BUENA 2023: Homilía del Arzobispo

Mons. Eduardo Eliseo Martín, Arzobispo metropolitano de Rosario, presidió la Santa Misa de Noche Buena, en el Santuario Arquidiocesano de la Virgen del Rosario. Estuvo acompañado por el Pbro. Osvaldo Macerola y el Pbro. Carlos Costa.

A continuación su homilía:

Queridos hermanos y hermanas:

Amigos que nos siguen por las redes sociales:

El Señor nos da la gracia de celebrar una nueva Navidad. La palabra Navidad, como todos sabemos significa nacimiento y creo que no hay nada más hermoso y más satisfactorio en una familia que cuando nace una niña, cuando nace un niño. Son de los momentos más preciosos. Porque en la familia todos, todos tienen puestos sus ojos en el recién nacido. El nacimiento de un niño, de una niña es un signo de esperanza, de alegría, de profunda alegría en el hogar. El nacimiento de un nuevo ser, hace que mucho de los problemas, de las dificultades, se allanan porque alguien que ha venido y hace que todo se sobrepase y todo se ponga en atención a ese niño.

Pues bien, hoy celebramos el nacimiento de un Niño muy especial. Pero qué encierra este Niño, qué encierra dentro de sí este Niño, qué contiene que más de 2000 años lo seguimos celebrando seguimos celebrado su nacimiento.

El profeta Isaías nos da algunas pistas para entender, porque este es un misterio inabarcable, insondable que nunca llegamos a comprender plenamente.

Lo primero que podemos decir es que Cristo es luz, es la luz. Dice el profeta: el pueblo que caminaba en las tinieblas ha visto una gran luz, sobre los que habitaban en el país de la oscuridad, una expresión muy fuerte, ha brillado una luz. En el Evangelio cuando el ángel se aparece nos dice que la gloria del Señor los envolvió con su luz.

Este es el primer don de este Niño, nos trae esa luz que disipa las tinieblas de la mente, del corazón. Esa luz que ha comenzado a brillar en medio de la oscuridad. Una luz que no se apagará más, una luz que ilumina al mundo, “ilumina a todo hombre que viene a este mundo”.

Hay una luz, hay esperanza, hay posibilidad de encontrar sentido a la vida. Jesús ha venido para iluminar la vida. Esto siempre reclama de parte nuestra una apertura, un dejarnos iluminar por el Señor para entender bien el sentido de la vida. Pero también es una luz que viene a iluminar los sectores oscuros de nuestro corazón, para que se sanen, se limpien y se purifiquen. Que salgan a la luz, pero no a cualquier luz, sino a la luz de Jesús.

Esto es lo primero que pedimos, dejarnos iluminar por Jesús, dejarnos iluminar por el Niño.

Fíjense lo que sigue diciendo Isaías: lo que pesaba sobre el pueblo, lo has destrozado. ¿Qué es lo que pesaba? ¿Qué es ese yugo, ese palo? Pues bien, podemos entender que son nuestros pecados, nuestros vicios. El Señor ha venido a destrozar el pecado y destrozar el vicio. El ha venido como Salvador, ha venido a salvarnos del pecado y de la muerte. Nos lo dice el Evangelio: les traigo una buena noticia, en la Ciudad de David ha nacido un Salvador.

Y esto es tan importante en estos tiempos, que reconozcamos, que tanto personalmente como socialmente, sin el Salvador no podemos realizar nuestra vida, nosotros no nos salvamos a nosotros mismos. Necesitamos de esa ayuda permanente del Señor. ¡Qué importante es tener siempre la conciencia de ser salvados, de ser liberados! Jesús viene a traernos vida. Por lo tanto acoger a este Niño es saberse salvados, es acoger el perdón de los pecados. San León Magno, padre de la Iglesia, decía este es un día en que la alegría tiene que estar en todos: aquel que es justo, si viene Jesús, llega la recompensa, aquel que es pecador, llega el perdón, aquel que todavía no cree, llega la vida. El motivo para alegrarnos es de todos.

Así vemos la necesidad del liberador, del Salvador.

En tercer lugar, este Niño es Dios fuerte. Una gran paradoja: que Dios todopoderoso expresa su fortaleza en la debilidad de un Niño, viene en la fragilidad de un Niño que necesita de su mamá, necesita de su papá. En esta debilidad se manifiesta la fortaleza de Dios.

Por eso, le pedimos a Jesús, nosotros que muchas veces experimentamos la debilidad, la fragilidad, la enfermedad, la soledad, que Él venga a darnos esa fortaleza que necesitamos para afrontar cada día de nuestra vida.

Además: el príncipe de la paz. Este es el anhelo más profundo de nuestros corazones, porque la palabra paz encierra armonía, sosiego, tranquilidad, bondad, fraternidad. Un estado del corazón que pueda abrirse a Dios y a los demás. Jesús es nuestra paz. Paz a los hombres amados por Él. Qué profundo. Dios ama a todos. Y quiere derramar esa paz a todos.

En la segunda lectura: la gracia de Dios se ha manifestado. Es otra forma de decir que Dios ha nacido. Y cuáles son las consecuencias de acoger la gracia de Dios, cuáles son los signos de la gracia de Dios.

Rechazar la Impiedad: nos hace piadosos. Respeto a Dios, respeto a la patria, a los padres.

Rechazar los deseos mundanos: vanagloria, deseos de dominio, placeres desordenados.

Nos enseña a vivir en esta vida presente con sobriedad, rechazando los excesos en todo orden.

Celo por la práctica del bien: en esto se verifica verdaderamente que Cristo ha nacido por la fe, en hacer el bien. Sobre todo en este tiempo tan difícil por las medidas que se han tomado, la inflación y cosas que se avecinan para los sectores más pobres, para los niños más pobres y necesitados, a todos se nos reclama una mayor exigencia en la práctica del bien para compartir, para que no haya hambre en este tiempo que se avecina sino que cada argentino pueda tener pan en su mesa. Y ese es un compromiso de todos: de las autoridades pero también de todo el pueblo, de todos y cada uno de nosotros que profesamos la fe cristiana. Hacer el sacrificio de compartir.

Todos podemos compartir. Poder compartir con nuestros hermanos. Un pueblo celoso en la práctica del bien. El cristianismo es bien concreto, no es declamación de palabras bonitas. Se verifica la autenticidad de nuestra Navidad en el celo por la práctica del bien.

Pidamos al Niño Dios que en esta Navidad nos llene de paz, de fortaleza, que nos libere, nos haga vivir en gracia y llene nuestros corazones de alegría y que nos haga celosos de la práctica del bien.

Que María Santísima, la Virgen Madre, interceda para que esta sea una verdadera Navidad, donde acogemos a Jesús en nuestros corazones. Amén.

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