BENEDICTO XVI: LA CONCIENCIA Y EL TERREMOTO DE LA “GRAN RENUNCIA”
(IN MEMORIAM)
“¿Habla el alma? ¿Habla el mundo? ¿Habla Dios? Todo habla de la renuncia en lo mismo. Esta renuncia no quita. La renuncia da. Da la inagotable fuerza de lo sencillo. Ese buen consejo hace morar en un largo origen.”
(Martin Heidegger, “El sendero del campo”)
El próximo 11 de febrero se cumplirán diez años de la renuncia de Benedicto XVI al papado. Como se sabe, este gesto ha abierto un proceso de reforma en la Iglesia, con Francisco como su principal impulsor desde marzo de 2013. Las sentidas palabras del primer Papa latinoamericano al conocerse la noticia del fallecimiento de su antecesor y el hecho inédito de presidir los funerales del último Papa que participó del Concilio Vaticano II, coronan casi una década de reconocimiento público, gratitud y cordialidad hacia Benedicto XVI. No en vano, en varias ocasiones Francisco no sólo afectuosamente decía que era “como tener al abuelo en casa”, por poder contar con sus consejos, sino que también ha remitido al luminoso Magisterio del Papa Ratzinger en temas “de punta”, como, por ejemplo, la relación entre fe y razón o fe y ciencia o, incluso, fe y justicia.
Al mirar atrás, tal vez, lo peor que podemos hacer es quedarnos solamente con la imagen que la prensa se formó de esa renuncia, algo presentado meramente como producto de desmanejos en el gobierno eclesial, los escándalos, los Vatileaks, etc. Sin soslayar la existencia de aspectos problemáticos, de todos modos podemos preguntarnos: ¿qué había de “teológico” en ese gesto de Ratzinger, llamado “el Papa teólogo” (antes de convertirse en el “Papa monje”)?
Se puede destacar aquí un rasgo particular de Benedicto XVI: su vocación por la renuncia, en sentido de despojo. Al asumir en abril de 2005, puso en su escudo una mitra en vez de la tiara papal, asociada en parte al poder temporal de los pontífices. Luego, en 2006, renunció al título de “Patriarca de Occidente”, signo en favor de la unidad de las iglesias cristianas, como contribución al ecumenismo. En 2009, en su visita a la región italiana de los Abruzos, sacudida por un terremoto, dejó sobre los restos de su admirado Celestino V (el Papa que había renunciado en 1294) el palio que le habían colocado al inicio de su ministerio. Este gesto, prácticamente inadvertido, llamó la atención del filósofo Giorgio Agamben, quien lo tomó muy en cuenta a la hora de interpretar la cuarta y “gran renuncia” de Benedicto XVI, su decisión de dejar el ministerio petrino, en 2013. Para el teólogo Julio Martínez, la expresa alusión de Ratzinger de haber “examinado reiteradamente” su “conciencia ante Dios” para decidir su dimisión, deberían leerse bajo una lúcida declaración del entonces cardenal en 1990: “sin conciencia no habría papado”. Todo esto restaba crédito a aquella fama de férreo guardián de la fe, del “bulldog de Dios”, tal la caricatura que de él había hecho cierta prensa, idea equívoca en la que muchos persisten.
Agamben vio en la renuncia de Ratzinger un resurgimiento de la escatología, un ejemplar sacudón (como se dijo hace cuatro años, otro “terremoto”) para anticipar “aquí y ahora” la separación del bien del mal en la Iglesia, en vista a la segunda venida de Cristo. No deja de ser interesante esta interpretación, sobre todo si tenemos en cuenta las declaraciones del propio Benedicto XVI a Peter Seewald, entrevista contenida en el libro “Luz del mundo” (2010). Allí, el entonces Papa señalaba que la Iglesia debía hacer un “examen de conciencia” por el descuido en la predicación contemporánea sobre las “cosas últimas”, como si todo esto hubiese quedado confinado a una mera fórmula presente en la liturgia. Por el contrario, él afirmaba: “Que cada tiempo se disponga para la venida del Señor” y “en nuestras propias acciones, estamos bajo [su] Juicio”.
Tal intento por poner nuevamente atención en la segunda venida de Cristo (efectuado dramáticamente con la renuncia al papado) bien puede hacer surgir algunas preguntas, sea a nivel comunitario o personal: “¿qué tiene que ver eso con nosotros, con nuestro mundo y sus problemas?” O, “¿qué me dice a mí que estoy adentro de la Iglesia?” O incluso “¿qué significa para mí, que no tengo nada que ver con la fe cristiana?” La respuesta estaría dada entonces por esa mirada atenta de Benedicto XVI al Juicio Final. Así lo señaló en la entrevista citada y así lo expresó más claramente en una de las audiencias generales dedicadas a San Pablo (12/11/2008): “El Juez que vuelve —es Juez y Salvador a la vez— nos ha confiado la tarea de vivir en este mundo según su modo de vivir. (…) [P]odemos y debemos decir también nosotros, con gran urgencia y en las circunstancias de nuestro tiempo: ¡Ven, Señor! Ven a tu modo, del modo que tú sabes. Ven donde hay injusticia y violencia. Ven a los campos de refugiados (…) en tantos lugares del mundo. Ven donde domina la droga. Ven también entre los ricos que te han olvidado, que viven sólo para sí mismos. Ven donde eres desconocido. Ven a tu modo y renueva el mundo de hoy. Ven también a nuestro corazón, ven y renueva nuestra vida”.
Esta confesión, que expresa una “razón amante”, fue recogida (con otros términos) en el “Testamento espiritual” de Benedicto XVI y en sus últimas palabras, dichas en su lengua materna, compartida con su admirado Mozart, el idioma de su corazón: “Jesus, ich liebe dich” (“Jesús, te amo”).
Aníbal Germán Torres
Gracias Dr. Anibal German Torres por poner a disposición ese Don de la reflexión clara y profunda con que el Señor te ha bendecido para bien de todos! Excelente como siempre…