Santa Misa Exequial: Mons. Eduardo Vicente Mirás
Mons. Eduardo Eliseo Martín, Arzobispo Metropolitano de Rosario presidió la Santa Misa Exequial en la Iglesia Catedral “Ntra. Sra. del Rosario” por el eterno descanso del Arzobispo emérito, Mons. Eduardo Vicente Mirás. Concelebraron con él Mons. Sergio Fenoy, Arzobispo de Santa Fe; Mons. Oscar Ojea, Obispo de San Isidro y Presidente de la C.E.A.; Mons. Luis Collazuol, Obispo de Concordia; Mons. Alfonso Delgado, Arzobispo emérito de San Juan; Mons. Oscar Frassia, Obispo emérito de Avellaneda- Lanus, y sacerdotes del clero rosarino.
El Presidente de la Conferencia Episcopal Argentina recordó a Mons. Mirás diciendo que “fue hombre de Dios, en primer lugar; en segundo lugar un hombre de pensamiento, una luz de mente, nosotros en el Episcopado le consultábamos todo, los documentos, hasta la misma redacción de muchos documentos, así que le debemos tanto”. Luego recordó que tuvo el «honor de conocerlo» siendo un niño de a penas 8 años: «El se dedicó a ayudarme a aprender misa, con un espíritu, una alegría, riéndose cuando me equivocaba. Tengo un recuerdo imborrable», señaló emocionado. «Era un indiscutido, una presencia querida por todos, así que le pedimos a él, ahora que está más cerca de Jesús, que nos de una mano grande, vos que quisiste tanto al país, a la Iglesia Argentina, porque necesitamos hombres como vos».
El Arzobispo de Rosario, pronunció la Homilía de la Misa Exequial:
Queridos hermanos Obispos, queridos sacerdotes, queridos fieles todos.
Al despedir los restos mortales de nuestro hermano en el episcopado, el querido arzobispo emérito de Rosario, Mons. Eduardo Mirás, la mente se dirige a Cristo resucitado, bajo cuya luz, desde la fe, miramos la existencia entera. Si Cristo no hubiese resucitado vana sería nuestra fe, como nos dice el Apóstol Pablo, y por lo tanto no habría resurrección de los muertos, y seríamos los más dignos de compasión (cfr. 1Cor 15, 12-17). Es la resurrección de Cristo lo que da sentido a toda la existencia humana y al universo entero. La resurrección es la única respuesta exhaustiva a las exigencias del corazón humano: el deseo de la verdad, del bien, de la justicia, de la felicidad, pues toda la vida clama por la eternidad. Sin la resurrección de la carne todo quedaría frustrado y la existencia se convertiría en una pasión inútil.
La vida nueva que se nos ha comunicado a través del Bautismo, que es la verdadera vida, nos encamina hacia la feliz resurrección, pero no nos ahorra el drama de la muerte física. La consecuencia del pecado original seguirá vigente hasta el fin de los tiempos y todos los seres humanos hemos de pasar por ella. La fe nos ilumina y nos recuerda a través del Apóstol que, aunque esta morada terrena se vaya deshaciendo, tenemos una morada eterna, no hecha por mano humana, que está en los cielos. (2 Cor 5,1-4).
Despedimos a este querido hermano nuestro que vivió de la fe; no sólo que tuvo fe, sino que vivió de la fe. Su exquisita humanidad, hecha de prudencia, afabilidad, capacidad de escucha y de silencio, de una gran sabiduría; virtudes éstas, y tantas otras que adornaban su vida, nacían de su vida de cristiano, de la presencia de Jesús en su vida, de ese Jesús que cambia la vida transfigurándola y haciendo el verdadero hombre nuevo, peregrino del cielo y comprometido con la realidad cotidiana.
Es reconocida por todos su fortaleza evangélica en los difíciles momentos de diciembre de 2001, cuando actuó para evitar enfrentamiento entre la policía y los pobres, haciendo de activo mediador. Era un hombre convencido del diálogo como método de superar las diferencias y así se comprometió con el diálogo argentino en aquellos años. Ayer de entre los varios mensajes de dirigentes sociales, uno de ellos expresaba: “un minuto de aplauso por la vida de Mons. Mirás, quien en los momentos difíciles supo estar del lado de los pobres”.
Tuvo que asumir responsabilidades altas en la Conferencia Episcopal Argentina, llegando a presidirla en el periodo de 2002 a 2005, los últimos años, antes de su retiro como Arzobispo de Rosario. Manifestó allí toda su entrega por toda la Iglesia en Argentina, haciéndose un servidor que asumía un servicio de gran responsabilidad y de exigente trabajo y sacrificio, en particular, al tener que repartirse entre la Arquidiócesis y la Presidencia de la CEA.
Como Sacerdote vivió para la Eucaristía, para realizarla, a través de sus manos consagradas, y para distribuirla a los fieles y asegurarles el alimento de la vida eterna. Pero también vivió de la Eucaristía, con la certeza de que la misma es la carne de Cristo para la Vida del mundo.
Él, que administró este sacramento, fuente y cumbre de la vida cristiana, lo recibió como alimento de Vida eterna, con la firme esperanza de que el Pan vivo bajado del cielo era prenda de la resurrección futura, como nos lo dice el Evangelio que acabamos de proclamar: “El que come mi carne y bebe mi sangre tiene Vida eterna, y Yo lo resucitaré en el último día”
Toda la vida de Mons. Mirás ha sido un servicio humilde y entregado a la Iglesia, Pueblo Santo de Dios. Fue un Pastor bueno y fiel, dedicado al servicio de los fieles y de un modo especial a la atención de los sacerdotes, que siempre lo recuerdan con gran afecto. En síntesis, un hombre de gran Caridad pastoral y un Pastor al que le cabe el haber puesto en práctica las palabras del Apóstol Pedro: “has pastoreado el rebaño de Dios a tu cargo, gobernándolo de buena gana, como Dios quiere, no por sórdida ganancia, sino con generosidad, no como dominador de la heredad de Dios, sino siendo modelo del rebaño. Por eso hoy, pedimos al supremo Pastor que te conceda la corona de gloria, y escuches de sus labios: “Está bien, servidor bueno y fiel…entra a participar del gozo de tu señor”.
Encomendamos su alma a la Sma. Virgen, Ntra. Sra. Del Rosario; ella que lo cobijó en estos casi últimos treinta años de su vida, y de quien fue también hijo fiel, le reciba junto con los Ángeles y los santos. Amén.